Periódicamente escucho que el pecado se define como “errar el blanco”, como si este gran descubrimiento pudiera reparar nuestra falta de entendimiento que tenemos sobre el pecado, sobre el evangelio o sobre Dios mismo. La imagen de una flecha fallando a la diana vuelve a nuestra mente con cada relato, y con cierta razón… pero en serio, casi todo el mundo acepta esta definición, desde los bautistas del sur hasta los cristianos ortodoxos o las teologías divergentes que van desde el campo de la “híper-gracia” hasta los fundamentalistas más ardientes.
Algunas aclaraciones cruciales son necesarias para ver si la definición de “errar en el blanco” sirve a una perspectiva cristo-céntrica sobre el pecado. Lo primero que debemos preguntas no debería ser: “¿Qué es el pecado?” sino más bien: “¿Cuál es la señal del pecado?” Los cristianos generalmente identifican como “la señal”, o el estándar de Dios a Su carácter santo, a Su pureza o a Su perfección; desde ese punto de vista, los pecadores son aquellos que no dan en el blanco de la perfecta observancia de la ley. Como todos fallamos al blanco, todos somos pecadores. Definido de esta manera, el pecado es un comportamiento que transgrede la ley, un veredicto de culpabilidad por no estar a la altura del justo estándar de perfección impecable de Dios. En consecuencia, somos condenados como culpables y en necesidad de ser declarados justos (normalmente esto lo imaginamos como estando en un escenario de un tribunal). Estas suposiciones a menudo implican la necesidad de comportarnos mejor, o incluso si la gracia nos cubre, el pecado sigue siendo esencialmente mala conducta; por consiguiente, se considera que el arrepentimiento es pedir perdón por nuestro mal comportamiento y fortaleza para comportarnos de manera más piadosa. Esto puede parecer cierto, ya que la Biblia a veces describe el pecado como “actos impíos” (en contra de la ley), pero esto también, tenemos que decirlo, es terriblemente inadecuado… ¿cómo así?
En primer lugar, “la señal” no es un comportamiento perfecto, eso es una puesta en marcha muy peligrosa para la religión mal sana, una invitación a repetir nuestro error original: Consumir del árbol del conocimiento del bien y del mal. Más bien, “la señal” es el árbol de la vida, es decir, la comunión íntima con Dios mismo, el tipo de comunión que nuestros primeros padres disfrutaron en el Edén antes de que se alejaran. Esto significa que el “pecado” no son principalmente malas acciones; en realidad es alejarse del amor vivificante de Dios hacia la voluntad propia, la independencia y la autosuficiencia; de modo que la perfección no es la “señal”. La unión con Dios a través de la confianza puesta en Su bondad ¡es la marca!
“Errar el blanco” no es simplemente la escena en la fiesta hedonista en la que cayó el hijo pródigo; más bien, su “pecado” fue, en primer lugar, abandonar la casa del Padre; de hecho, el hermano mayor falló igual de gravemente, trabajando como esclavo en los campos hasta que su superioridad moral y su resentimiento igualaron la alienación de su hermano. En esa parábola, el arrepentimiento no es el autodesprecio o el estar sobrio, sino volver a casa con el Padre y reconectarse con su amor. Esta invitación se encuentra en el corazón del hermoso evangelio: No se trata de comportarnos bien para así regresar a las bondades del Padre, sino de rendirnos a la gracia del Padre, de rendirnos totalmente a su cuidado.
En segundo lugar, el Nuevo Testamento trata el pecado como un problema profundamente peor que la mala conducta que transgrede la ley. Es una enfermedad con raíces mucho más profundas que las fechorías (aunque estos son sus feos síntomas). El “pecado” es una enfermedad fatal que no se puede curar esforzándonos por superarlo o intentando castigarlo fuera de nuestra naturaleza. Sería como si un padre cuyo bebé se está muriendo de meningitis le insistiese a éste a quitarse la fiebre por el uso de su libre albedrio o incluso que este padre intentara sacarle el virus a golpes.
Aún el controlar los síntomas perfectamente no elimina la enfermedad; por eso la superioridad moral no sólo es ineficaz; también falla en el blanco al continuar provocando que nos alejemos de Dios y que permanezcamos confiando en nuestra propia voluntad. No… lo que necesitamos es a un Gran Médico cuya medicina sea Su misericordia para que la enfermedad del pecado desaparezca, se requiere un Salvador (en griego, literalmente, “un Sanador”) que pueda aplicar la cura: Su gracia divina y el perdón radical hasta lo más profundo de nuestro ADN. Por eso Jesús dijo: “No son los sanos los que necesitan médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Marcos 2:17). Él mismo se comparó con la serpiente de Moisés que fue levantada en el desierto, la cual sanó a todos los mordidos por las serpientes mientras se humillaban para volverse y recibir vida (Juan 3:14-15).
Mientras nuestro uso del término “pecado” se base en la “señal” incorrecta y confundamos la enfermedad con los síntomas, esa palabra en realidad sabotea el mensaje de nuestro hermoso evangelio. Si, esto es así, tal vez sea hora que le demos a esta definición un “tiempo fuera”, y en lugar de dar palizas, nuestro hermoso evangelio le dé la bienvenida al hogar al que ya era un extraño y que cure a los enfermos para que recuperen la salud en los amorosos brazos del Padre.
Brad Jerzak
Nota del editor: Creo que Brad logra un aquí jonrón al alejar al Cuerpo de las etiquetas de pecado provenientes del sistema religioso y señalar a los creyentes el camino de regreso al amor del Padre. JLB
De mucha Bendición su página web