“Esta es ya otra década de viejos escritos, pero que aún dicen la verdad, así que pensé que debía compartirlos…”
Durante tiempos de oración, sentí que el Señor me estaba hablando acerca de la humildad; dado que la verdadera humildad es, probablemente, una de las características menos demostradas dentro de la iglesia, el entender cómo se supone que debería de verse, parecía una tarea un tanto vaga.
Al leer la Escritura, la importancia de la humildad no puede nunca puede ser suficientemente mencionada y, podría parecer que en el cristianismo moderno ha sido grandemente ignorada. Los Salmos dicen que Dios guía al humilde en lo que es correcto, justo y bueno, mientras que Proverbios dicen que Dios da gracia a los humildes; aún más, nos dicen que es a través de la humildad que viene la sabiduría y que la humildad precede al honor y, finalmente, que Dios exalta al humilde mientras que humilla al orgulloso.
El Nuevo Testamento contiene numerosos pasajes en los que nos ordena a ser humildes; Efesios nos dice que debemos ser completamente humildes y gentiles (Ef. 4:2)[1]; Filipenses nos dice que en humildad consideremos a otros superiores nosotros mismos (Fil. 2:3). 1ª. de Pedro nos dice que nos vistamos de humildad (5:5), mientras que Pablo nos dice a través de su carta a Tito que mostremos “verdadera humildad” a todos los hombres (Tito 3:2).
Nada en las Escrituras indican que la humildad [a veces traducida como “mansedumbre], sea algo opcional en la vida del cristiano, así que, si verdaderamente estamos destinados a ser conformados a la imagen de Cristo, debemos entender lo que verdaderamente significa la verdadera humildad. Con ese fin, creo que El Señor puso su dedo en dos pasajes clave de las Escrituras para ayudarme a entender lo que es y lo que no es la humildad.
El primer pasaje que encontré está en los evangelios, donde Jesús nos dice que “aparte de mí, nada podéis hacer”. Esto parece ser un pasaje bastante obvio. Ciertamente la disposición interna que tenemos de tomar control de las cosas por nuestros propios medios, habla del orgullo que habita dentro de nosotros, lo que generalmente es considerado la antítesis de la humildad.
No hay algo dentro de nuestra naturaleza humana que lucha por admitir nuestra dependencia a cualquier cosa o persona fuera de nosotros mismos, mucho más si se trata de nuestra “completa dependencia”; por el contrario, se nos vende la imagen del hombre o mujer “hecho a sí mismo” o “totalmente independiente” como algo a lo cual aspirar, mientras que la idea de ser “dependiente” es completamente indeseable.
Muchos de nosotros solemos separar situaciones en nuestras vidas entre aquellas que percibimos manejar por nosotros mismos y aquellas que consideramos bajo el control de Dios; por supuesto, las Escrituras no nos dan opción, sino que limitan nuestros esfuerzos independientes a “nada”.
La gran piedra de tropiezo para la humildad parece ser el orgullo. En mi propio caminar con el Señor parece una batalla que nunca termina con temas de autosuficiencia. En un principio, estaba confundido con esta batalla, debido a que siempre pensé que el orgullo significaba el tener un concepto demasiado alto de lo que uno es en realidad, por consiguiente, lo que realmente había hecho era lidiar con temas de baja autoestima. Sin embargo, me di cuanta más delante que la raíz del orgullo muy frecuentemente lo encontramos en la inseguridad, el miedo y, en ocasiones, en el dolor. Ahora veo que en las áreas donde no me había dado cuenta de quien soy en Cristo, frecuentemente intentaba resaltar mi valía de otras fuentes (por ejemplo, mis obras, mis metas logradas, status, etc.).
Cuando buscamos nuestra valía en otras cosas, nos volvemos portadores de un orgullo falso; por ello, intento cubrir mi inseguridad y dar una imagen de fortaleza cuando no soy fuerte. Aquellos que han sido heridos profundamente, frecuentemente esas ilusiones son tácticas de supervivencia o mecanismos de autodefensa.
Otro aspecto de ello es cuando intentamos crear una imagen que pueda conciliar aquellas cosas que encontramos inaceptables en nosotros mismos, de manera que podamos ser hallados “aceptables” a los ojos de los demás. Estas imágenes (o máscaras) realmente son, en el fondo, un signo de miedo e inseguridad, manifestándose a sí mismos como orgullo.
He observado que muchas personas arrogantes que me he encontrado de frente también son las más lastimadas y/o inseguras; normalmente han creado una ilusión de quienes son y cómo quieren ser vistos, y vociferan contra todo lo que amenace con dañar dicha ilusión. Mientras que esos tipos de personas parecen ser poderosas y confiadas, una mirada más profunda nos muestra algo bastante diferente; entender esto es de mucha ayuda, ya que el encontrar la raíz del orgullo nos ayudará a encontrar la raíz de la verdadera humidad.
El segundo pasaje que no fue tan obvio para mí, es en el que Pablo le escribe a los filipenses: “Todo lo puedo en Cristo, que me fortalece” (Fil. 4:13). Esta Escritura me llena de poder y su [mal]entendimiento casi siempre me tienta a ser orgulloso; pero creo que El Señor me mostró que cuando estos dos textos se consideran juntos, entonces usted tiene una receta para la “verdadera humildad”.
El entender cómo es que esta palabra tiene sentido, necesitamos entender lo que no es la humildad. Existen muchos comportamientos que frecuentemente se equivocan acerca de lo que es la humildad, mismos que a su vez, no tienen nada que ver con la humildad a la que Dios está llamando a Su pueblo; comportamientos tales como timidez, pasividad, indecisión y baja autoestima muy frecuentemente son confundidos con la humildad. Sabemos que Dios no nos ha dado un espíritu de temor, sino que Dios nos ha dado a ser más que vencedores y a un real sacerdocio.
La Biblia sostiene a Moisés como una figura de la humildad y, aún así, lo vemos valerosamente yendo a presentarse frente a Faraón, dirigiendo a una nación entera con decisión y conversando con Dios cara a cara como ningún otro hombre lo había hecho antes; estas son imágenes que difícilmente asociamos con la humildad y, a pesar de ello, se ajustan perfectamente con estas dos Escrituras. Creo que lo que el Señor nos está comunicando es que la verdadera humildad surge de estar seguros de nuestra identidad y relación con Él.
Cuando entendemos que, separados de Él no podemos hacer nada, entonces ni siquiera intentamos tomar el crédito cuando los proyectos se cumplen (ni tampoco tomamos la culpa cuando no se cumplen); cuando entendemos quiénes somos en Él, entonces no tenemos nada que probar a los demás y no necesitamos crear alguna imagen para hacernos aceptables a los demás, porque nosotros ya nos hemos encontrado a nosotros mismos aceptos en Él. Cuando entendemos Su Soberanía y que no tenemos nada que temer, no sentimos la compulsión por intentar controlar nuestras circunstancias.
Si pudiéramos llegar a este lugar, no necesitaríamos luchar por tener lo que consideramos “nuestra posición”, porque ya tendríamos la confianza de que Dios nos levantaría al lugar donde Él quiere que estemos. Siempre podríamos asumir el rol de siervos y permitir a Dios que nos levante hasta donde Él cree que debemos ser puestos; seríamos libres de la esclavitud de lo que los demás piensan porque entenderíamos lo que sólo la opinión de nuestro Padre es la que realmente importa. Podríamos estar llenos de gracia para con los demás porque entenderíamos la gracia que Él ha tenido para con nosotros y tendríamos confianza en Su justo juicio que está por venir. No necesitaríamos estar ansiosos de que nuestras necesidades fueran satisfechas, porque habríamos entendido de que Él es nuestra porción.
La imagen de la humildad que el Señor me mostró no es una de ser vencido y de estar hambriento, sino una de libertad y de paz; Él me mostró a David danzando ante el Arca del Pacto, mientras que su esposa aseguraba que este no era el comportamiento que un rey debía tener; David entendió que, en la presencia del Señor, él no era el rey, sino que reconoció que en la presencia del Padre, él era simplemente un niño y que ese comportamiento era un actuar perfectamente normal para un niño delante de su Padre.
Muestra que la identidad de David estaba más alineada con ser un hijo de Dios que con ser el rey de Israel; me mostró a David estando de pie frente al cuerpo de Saúl durmiendo mientras sostenía una lanza en su mano (1º Samuel 24:1-7). Se le había dado a David la profecía de que él sería rey y sabía que Saúl había perdido el favor de Dios; por cierto, David había sido fortalecido para matar a Goliat años antes y en este punto en la historia, Dios lo había levantado como líder sobre toda la nación de Israel… Estaba rodeado de sus hombres que le decían que Dios había entregado a Saúl en sus manos y, aún así, David no se sintió capaz de tomar el rol del verdugo de Saúl sin primero escucharlo de la misma voz de Dios.
Esto demuestra la confianza de David en el plan de Dios para hacerlo rey, su confianza y fe en la palabra que se había dicho sobre él, su entendimiento de que el no necesitaba manipular la situación en su favor y de que, separado de Dios, no se le estaba permitido actuar.
Siento que el Señor me mostro que esta es la imagen de la humildad a la que Él nos está llamando; no una imagen de debilidad sino a una confianza total en Él; no una imagen de inseguridad, sino de seguridad en nuestra relación con Él; no una imagen de timidez, sino de valentía en las cosas que Él nos ha encargado y en las capacidades con las que nos ha dotado para llevarlas a cabo.
Al final, la imagen más fiel de la humildad es Cristo[2] mismo; ¿cómo es que Él pudo descender desde el cielo, tomar la forma de un hombre, permitir que simples hombres lo ultrajaran y lo rechazaran? ¿cómo es que Él pudo tomar el rol de siervo de seres a los cuales Él mismo ayudó a crear y sobrellevó el sufrimiento y la humillación hasta la cruz?
Fue Su entendimiento de quién Él era y Su confianza total en el Padre lo que le permitió ser humilde delante de los hombres; si esto fue una verdad para Él y si nosotros debemos conformarnos a Su imagen, luego entonces esto debe aplicar también para nosotros.
Dios, oro porque nos des humildad y corazones contritos de tal manera que Tú seas glorificado y servido.
[1] “Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres. ¡El Señor está cerca! Por nada estéis angustiados, antes bien, por la oración y la súplica, en todo sean conocidas ante DIOS vuestras peticiones con acción de gracias,” (Filipenses 4:5–6, BTX IV)
[2] “No mirando cada cual por su propio interés, sino aun por el de los demás. Tened entre vosotros este sentimiento que hubo también en CRISTO JESÚS: El cual, existiendo en forma de DIOS, No consideró aprovecharse de ser igual a DIOS, Sino que se vació a sí mismo tomando forma de esclavo, Haciéndose semejante a los hombres; Y mostrándose en apariencia como hombre, Se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, Y muerte de cruz. Por lo cual DIOS también lo exaltó hasta lo sumo, Y le dio el Nombre que es sobre todo nombre; Para que en el nombre de JESÚS se doble toda rodilla De los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra, Y toda lengua confiese que JESUCRISTO es Señor para gloria de DIOS Padre.” (Filipenses 2:4–11, BTX IV)
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Por Brian Corbin
Grande es nuestro Señor y Dios.