La Dignidad del Evangelio
La dignidad del evangelio se encuentra no en nuestras palabras y doctrina sino en el ejemplo que mostramos al mundo con nuestra vida diaria.
Filipenses 1:27 – 30: Solamente que os comportéis como es digno del evangelio de Cristo, para que o sea que vaya a veros, o que esté ausente, oiga de vosotros que estáis firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánimes por la fe del evangelio, y en nada intimidados por los que se oponen, que para ellos ciertamente es indicio de perdición, mas para vosotros de salvación; y esto de Dios. Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él, teniendo el mismo conflicto que habéis visto en mí, y ahora oís que hay en mí.
No sé usted, pero yo he escuchado varias historias de falsos evangelistas y predicadores. Hombres que se han levantado dentro del pueblo de Dios y han dedicado una parte de su vida a predicar las buenas nuevas, desde plataformas, carpas, templos o aun en las calles, en muchas partes del mundo. Miles de vidas han venido a los pies de Cristo como resultado de su trabajo y ministerio. Solo para descubrir, un mal día, que esos hombres llevaban una doble vida. Que, en privado, cometían diferentes pecados morales, que, al salir a la luz, provocaron un escandalo que acabó con su prestigio y por extensión, con sus ministerios evangelísticos. ¿Predicaban ellos una mentira? No lo creo. ¿Vivían una mentira?, evidentemente sí. Lo curioso es que, a pesar de sus pecados y falsedad, muchos conocieron de Cristo a través de ellos. Hombres y mujeres que cayeron postrados a los pies del Señor, como resultado de un mensaje verdadero, en boca de un hombre falso. Eso me recuerda las palabras de Pablo:
Filipenses 1:15 – 18: Algunos, a la verdad, predican a Cristo por envidia y contienda; pero otros de buena voluntad. Los unos anuncian a Cristo por contención, no sinceramente, pensando añadir aflicción a mis prisiones; pero los otros por amor, sabiendo que estoy puesto para la defensa del evangelio. ¿Qué, pues? Que, no obstante, de todas maneras, o por pretexto o por verdad, Cristo es anunciado; y en esto me gozo, y me gozaré aún.
Tal vez usted se pregunte, por qué hago esta introducción. Y la respuesta es sencilla. Para muchos creyentes lo más importante que un discípulo de Cristo debe hacer es predicar el evangelio a los perdidos. Y en eso estamos totalmente de acuerdo. Pero creo que, en ocasiones, lo que entendemos por predicar el evangelio es, transmitir, solamente, una información verbal y audible, sobre lo que Jesús hizo en la cruz para salvarnos y perdonar nuestros pecados. Estamos convencidos en nuestra mente, que predicar, es decir, sin demostrar. Filipenses 1:27 nos desafía a vivir como es digno del evangelio. O sea, que aquellos que creen y predican el mensaje, deben hacerlo con dignidad y coherencia. Y no cualquier dignidad, sino la que es propia del evangelio de Cristo.
En estos días turbulentos que estamos viviendo en Cuba, me pregunto si los que sostienen que lo único que podemos hacer los creyentes, es predicar el evangelio, entienden lo que eso significa verdaderamente. Me pregunto si comprenden, que el mensaje del evangelio debe ser predicado desde la dignidad que este demanda. Y es justo ahí donde me cuestiono, si para nosotros predicar, en medio de estos tiempos tan difíciles, significa solamente hablar. O postear en Facebook, pensamientos que hablan del amor de Dios, del perdón que ofrece o del infierno ardiente que les espera a los que no quieren aceptar el “mensaje”. Porque eso es justo lo que muchos de esos falsos predicadores hicieron en su momento. Decir y hablar, sin respaldar el mensaje, con una conducta coherente y con una vida digna de ese evangelio. Creo que vivir como es digno del evangelio implica, primeramente, vivir el evangelio. Porque hablar es algo que puede hacer cualquiera. Pero vivir el evangelio, ser un mensaje palpable y comprobable del amor de Dios, solo pueden hacerlo aquellos que han nacido de nuevo.
El evangelio debe estar respaldado por la dignidad que lo envuelve. No podemos hablarle a la gente del amor de Dios, si en la dignidad del evangelio, no los amamos de manera práctica. No podemos hablar del perdón de Dios, si en la dignidad del evangelio, no estamos dispuestos a perdonar a los que nos ofenden y rechazan. No podemos hablar de la justicia de Dios, si no vivimos una vida fundamentada sobre esa justicia. O sobre la misericordia del Señor, si no somos misericordiosos. Hablar, podemos todos, los falsos predicadores también lo hacen, y algunos incrédulos son alcanzados por la gracia de Dios. Pero ellos no son dignos de ese mensaje y Dios salva a las personas, no por lo que hicieron, sino, a pesar de lo que hicieron. Podemos decirle al mundo que Dios se preocupa por ellos y tiene un plan maravilloso, pero, a fin de cuentas, ¿Dónde está Dios? ¿Dónde está Jesús? A menos que lo puedan ver a través de nosotros, solo estaremos hablando palabras vacías en si mismas.
Cuba esta sufriendo. Sabemos que es por el pecado y la incredulidad. Pero a veces me pregunto si, cuando decimos eso, lo hacemos como si los creyentes estuviéramos fuera de esa realidad. Como si la Iglesia no tuviera también que aceptar el hecho, de que nuestros pecados, contribuyen a la realidad de nuestra nación. En estos días de convocatoria a orar y ayunar, me pregunto si el Espíritu Santo, nos ha llevado a comprender que el cambio debe comenzar por nosotros, primeramente. Que la sanidad debe comenzar por el pueblo de Dios. Que, aunque sea duro decirlo y mucho más duro aceptarlo, Dios tiene que sanear y sanar a su Iglesia para poder usarla efectivamente, como el único canal de sanidad para nuestra nación. No hay otra vía u otra forma.
Podemos decirles a los cubanos que Jesús los ama, pero ellos necesitan sentir ese amor a través del cuerpo de Cristo. Podemos decirles que Dios es justo y misericordioso, pero eso no sirve de nada, si no les mostramos con hechos, de qué está hecha, la justicia y la misericordia. Jesús dijo que, a los pobres, siempre los tendríamos entre nosotros. Nos dejó la parábola del buen Samaritano, para desafiarnos a servir a los demás, sin justificación alguna. Nos dejó ejemplos, para que siguiéramos sus pisadas. El evangelio que predicamos no está vaciado de dignidad, no es un mensaje teórico. Nuestra vida es el mensaje. Es por eso, que tal vez, muchos no predican, porque, siendo honestos, tendrían que decirle a los no creyentes: Acepta a Cristo y nace de nuevo, para que vivas una vida tan miserable como la mía. Cuba necesita escuchar y ver el evangelio. Sabemos que la mayor necesidad de los cubanos es Jesús. Pero la pregunta siempre será: ¿Quién es Jesús?
Si hablamos del evangelio, pero no vivimos como es digno de él. No estaremos predicando, sino haciendo publicidad. Si queremos que Cuba sea para Cristo, Cuba, tiene que ver, sentir y palpar a Cristo a través de la Iglesia cubana. Hoy Cuba se debate en medio de la injusticia, la maldad, la tiranía y la opresión. Sus derechos humanos, están siendo pisoteados y su dignidad mancillada. ¿Cómo podemos hablar del evangelio como única solución, separado de la dignidad que lo respalda? Como hablas de amor, sin amar, de perdón, sin reconciliación, y de justicia, con indiferencia ante la injusticia. Seamos esencia y no apariencia. A fin de cuentas, si nuestra vida no es un mensaje, nuestro mensaje no tendrá vida.
Sal y sé Luz.
Yunier Enríquez Cordero.
Amén. Un fuerte abrazo.